Aunque Bolivia dispone de una de las reservas de litio más grandes del planeta, no ha conseguido convertir este recurso en un motor para el desarrollo económico. Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, la discusión sobre el futuro del llamado «oro blanco» se coloca nuevamente en el centro de atención, en un momento en que el país enfrenta una de sus peores crisis económicas en muchos años. Una mezcla de políticas inconstantes, problemas técnicos, oposición social y un entorno internacional retador ha retrasado durante casi veinte años la implementación de un modelo para el uso responsable del litio.
El sueño que no se concreta
Desde 2008, con el anuncio del entonces presidente Evo Morales sobre la industrialización del litio, Bolivia generó expectativas tanto a nivel local como internacional. Se trataba de un plan ambicioso que no solo buscaba extraer litio, sino también producir baterías y vehículos eléctricos completamente fabricados en el país. Sin embargo, tras múltiples intentos fallidos de asociación con empresas extranjeras y la declaración de una «soberanía del litio» basada en capital estatal, los resultados han sido limitados.
A día de hoy, Bolivia cuenta con una sola planta estatal cuya producción es tan baja que no figura en los registros internacionales. Inversiones millonarias no lograron los objetivos trazados, y la falta de experiencia técnica, sumada a una política de aislamiento, han impedido el desarrollo de una cadena productiva competitiva.
Intentos recientes, obstáculos pasados
En un escenario caracterizado por la imperiosa necesidad de divisas y desarrollo económico, el gobierno liderado por el presidente Luis Arce impulsó colaboraciones recientes con compañías internacionales. Presentó un acuerdo con empresas de China y Rusia para llevar a cabo la tecnología de Extracción Directa de Litio (EDL), que se considera más eficaz y ecológica. No obstante, el proyecto encontró una oposición significativa en la Asamblea Legislativa, donde se pone en duda la claridad del procedimiento, así como las competencias técnicas de las empresas elegidas.
Las observaciones también señalan la falta de diálogos anticipados con comunidades locales, especialmente cerca del Salar de Uyuni, donde hay inquietud por el uso excesivo de agua y la falta de planes definidos para la remediación ambiental. La implicación de empresas estatales no especializadas en minería, como Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), en la revisión técnica de las solicitudes ha sido otro tema polémico.
Una crisis económica que no da tregua
El conflicto sobre el litio surge en un periodo de gran debilidad económica. La inflación ha alcanzado cifras no vistas desde la década de los ochenta, las reservas internacionales están casi agotadas y la falta de combustible y alimentos provoca manifestaciones en diferentes áreas del país. Las interminables colas para conseguir bienes básicos son comunes, mientras que la inestabilidad política y social dificulta lograr pactos estables.
La división interna del Movimiento al Socialismo (MAS), separando a Evo Morales y Luis Arce, ha detenido decisiones importantes. Esta escisión política ha debilitado la capacidad de gobernar y ha impactado en la confianza hacia los intentos de promover el desarrollo del litio, sea a través de modelos estatales o mediante asociaciones con inversión extranjera.
La resistencia desde las comunidades
Uno de los factores más determinantes en el estancamiento del litio es la desconfianza de las comunidades indígenas hacia cualquier modelo que no garantice beneficios locales. La experiencia histórica con otros recursos naturales, como el gas o el agua, ha dejado un legado de promesas incumplidas y una percepción de exclusión. Este contexto social condiciona cualquier avance, especialmente si no se respetan mecanismos de consulta previa ni se ofrecen garantías de reparto equitativo de los beneficios.
Organizaciones ambientalistas también han advertido sobre los riesgos de una explotación intensiva sin regulaciones claras. El litio, si bien estratégico, requiere un manejo responsable y sostenible que contemple tanto el impacto ecológico como la inclusión de actores locales en la toma de decisiones.
Entre la urgencia y la incertidumbre
Con los comicios presidenciales fijados para el 17 de agosto, el destino del litio en Bolivia permanece en incertidumbre. La ausencia de acuerdos y la desconfianza hacia las partes involucradas han transformado este recurso, que alguna vez fue visto como la clave para el progreso, en un emblema de chances desaprovechadas. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, el gobierno entrante tendrá el reto de establecer un plan claro y factible para la explotación del litio.
La creación de un entorno jurídico que facilite colaboraciones público-privadas, la capacitación profesional de las entidades encargadas del manejo de recursos, la claridad en los procesos de adjudicación y el respeto por los derechos de las comunidades locales serán requisitos esenciales para desatascar un trámite que ha estado estancado por más de 15 años.
Bolivia cuenta con una de las mayores reservas minerales del mundo; sin embargo, transformar esta ventaja en progreso necesita más que palabras. Requiere determinación política, habilidades técnicas y, sobre todo, una perspectiva nacional que coloque el bienestar común por delante de los beneficios inmediatos. El «Dubái del oro blanco» continúa siendo, por ahora, una promesa sin realizar.